Cómo te sientes, me pregunta como si tuviera alguna enfermedad. Se refería a la elección. Triste, fue mi respuesta. Expliqué.

Cuando entré a la UNAM —a mediados de los setenta— había un ambiente de emociones encontradas. La aplastante hegemonía del PRI, la ridícula candidatura en solitario de López Portillo, pero había relevo al fin, eran un amasijo difícil de digerir. La llamada “guerra sucia”, el 68, el 71, pesaban. Pero aquí, de golpismo, nada, los militares en su rol institucional. ¿Ahora? A la UNAM llegaron grandes personajes que huían de los múltiples golpes de estado, Uruguay, Bolivia, Argentina, Chile, Paraguay, República Dominicana, Ecuador, Colombia. etc. Ellos veían en nuestro país, no el paraíso, pero sí un territorio seguro para continuar con sus posiciones y expresiones. Muchos llegaron en etapa reflexiva sobre los errores que habían cometido y el enorme costo de la radicalización.

Con don Carlos Quijano, un uruguayo de la izquierda histórica, entablé una buena relación. Por allí andaban Clodomiro Almeyra, Fernando Henrique Cardoso, Armando Cassígoli, Ruy Mauro Marini y muchos más. Las democracias más añejas —Uruguay— habían caído.

Después llegaron los debates en el Salón Juárez para la Reforma Política seminal del 77. Por allí desfilaron personajes históricos de la izquierda que venían de la clandestinidad. También los líderes del PDM, la extrema derecha. Los debates eran reales y muy interesantes. Gracias a la iniciativa de los diputados de partido —1962— y después de la representación proporcional, llegó a la Cámara de Diputados un brillante grupo de universitarios que elevaron el anquilosado debate. El principio era muy firme: el Legislativo debe ser un espejo tan puntual como sea posible de la pluralidad. Ahora quieren su desaparición.

Los acontecimientos se vinieron en cascada, reforma tras reforma, el IFE ganaba espacio, se desprendió de Gobernación, cobró autonomía, hubo brillantes consejeros y representantes de partidos. La “herradura” era un orgullo nacional. Un condenado más. Había otros avances. Recuerdo las pláticas con Jorge Carpizo, sobre el diseño de la CNDH. Lentamente los medios se fueron abriendo y surgieron nuevos espacios. ¿Ahora? La apertura económica nos llevó a aceptar las condiciones de un mundo global. La entrada a la OCDE, nos obligó a ser serios en los manejos de las cifras y a compararnos con los ricos. Así se tambaleó el síndrome de creernos el ombligo del mundo al compararnos siempre con los más pobres. Ahora hay “otros datos”.

Llegó la alternancia en gubernatura, con Rufo. La elección del 97 con Cárdenas en la Jefatura de Gobierno y el PRI sin mayoría en Diputados, pluralidad creciente. Ahora. El Judicial pasó por una poda y rediseño. Cobró fuerza e independencia. Con tropezones, pero el rumbo era el correcto. Fox en el 2000 fue la prueba de fuego. Nada grave ocurrió. Zedillo, a la altura. La alternancia en todos los niveles se fue extendiendo. El país siguió creando instituciones: el IFAI ahora INAI, y otros. Parecía que ciertos principios democráticos se habían instalado.

Cero contrapesos

2024, después de seis años de bombardeo presidencial sistemático a esas instituciones, una mayoría aplastante lo quiere todo: cero contrapesos, poder supremo. Sin el menor diálogo e inventando encuestas al vapor, quieren someter al Poder Judicial, el único con independencia que nos queda. Las reformas a la ley de amparo y la amnistía sin límites, incluso para personas que hayan violado derechos humanos, es una aberración. Sheinbaum habla de acabar con la “oligarquía” de la Corte. Cero análisis: 85% de los casos son locales. La burla de AMLO a la ley durante años. Llegó la cosecha, está frente a nosotros.

¿Fue aquello una ilusión? No. México hoy ya se parece más a una dictadura que a una democracia. Hoy los demócratas son minoría. El narco y el autoritarismo están de plácemes. Qué dirían aquellos maestros de ver a los militares en N funciones civiles.

Toda autodestrucción entristece.— Ciudad de México.

Investigador y analista

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