Cuando tuve la honra de ser director del glorioso Ateneo Fuente, el plantel más antiguo e ilustre de Coahuila, instituí el Concurso Cervantes. A fin de participar en él las chicas y chicos del bachillerato debían leer el Quijote, las Novelas Ejemplares y los Entremeses, y presentar al final del semestre un examen.

Los concursantes mejor calificados recibían como premio la asistencia al Festival Cervantino, en Guanajuato, con todos los gastos pagados y 10 pesos cada día —entonces era buen dinero— para que los emplearan en lo que quisieran. Recuerdo que todos se compraban libros o discos de música clásica.

De aquellos años me vienen a la memoria dos eventos. El primero sucedió en el Templo de la Compañía, cuando el maestro de ceremonias anunció que el pianista Lázar Berman, considerado en aquella época el mejor del mundo, no se presentaría por causas de fuerza mayor. Un ¡ah! de decepción surgió del público. En su lugar, dijo, el concierto estaría a cargo de Shura Cherkassky. Un ¡ah!, pero de entusiasmo, se me escapó de la garganta: ese gran pianista fue discípulo de Josef Hofmann, prodigio que en su tiempo mereció ser equiparado a Mozart.

Oír a Cherkassky era como escuchar lo mejor de la tradición pianística europea. Su recital fue inolvidable. Desde los primeros compases ya nadie extrañó a Berman.

El segundo recuerdo es el de una representación de “Doña Rosita la soltera, o el lenguaje de las flores”, de García Lorca, a cargo del Teatro Nacional de España. Al final de la obra el escenario quedaba por completo vacío. Tras un largo silencio una ventana abierta empezaba a golpear como movida por el viento, y seguía golpeando mientras muy lentamente bajaba el telón. Rasgo de extraordinaria dirección teatral, esa actuación sin actores nos dejó a los asistentes con la sensación de soledad que el trágico poeta granadino puso en su drama.

Ahora una flor lorquiana me trae de regreso al mundo de los seres y las cosas. La flor tiene lindo nombre: sensitiva. Así se llama porque si acercas un dedo a su cáliz cierra aprisa sus pétalos. Por eso en inglés la nombran “touch-me-not”, o sea “no me toques”. Pues bien: más sensitivo aún que la sensitiva es el dinero. Nada hay más temeroso que él. A la primera seña de peligro escapa. También dice: “touch me not”.

Las erráticas, contradictorias declaraciones de López Obrador y Claudia Sheinbau en torno a la reforma del Poder Judicial han sido causa de sobresalto en los mercados, y eso se ha reflejado desfavorablemente tanto en la cotización del dólar como en el comportamiento de la Bolsa de Valores.

La tozudez de AMLO se explica: es un político insular, por no decir aldeano, que se encierra en los cuatro rincones de su reducida dimensión y no considera los efectos internacionales que sus ocurrencias pueden traer consigo. Le cuadra bien la frase, poco patriótica quizá, pero realista, dicha por un cierto señor a un muchacho que influido por los embriagantes vapores del alcohol y del nacionalismo gritó a todo pulmón: “¡Como México no hay dos!” Acotó el señor: “Qué bien se ve que no has viajado”.

A López le sobran palabras, pero le faltan letras. La futura Presidenta, en cambio, es mujer inteligente y culta, y sabe que en esto de las finanzas internacionales se debe andar con tiento, pues son como la sensitiva, que se cierra cuando se le pone un dedo. No puede ahora Sheinbaum, y quizá no podrá nunca, contradecir a quien la designó. Eso puede contrariar al caudillo, y ya se sabe cómo se pone cuando alguien lo contraría.

Pero se ve que la señora está tratando de tender puentes donde AMLO ha puesto abismos. Difícil situación la suya. Para ella, ahora, debe ser un dolor estar con Obrador.— Saltillo, Coahuila.

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