Escuelas sin piso. Salones sin bancas. Hospitales sin medicamentos. Carreteras violentas sin vigilancia. Municipios en Chiapas donde gobierna quien tenga más plomo para imponerse. Colas y colas por doquier, repletas de adultos mayores que se desmayan por el fragor del sol, parados ahí para lograr que el Estado haga algo por ellos. Presas sin agua y comunidades enteras sin acceso al líquido vital. Señales inequívocas del desmantelamiento del Estado. Signos evidentes de cómo el “elefante reumático” no sólo está varado. La 4T lo está matando.

El presidente López Obrador se quejaba por tener que arrearlo para que se moviera, y entonces decidió decretar su muerte por inanición. Optó por suplantarlo con palomas mensajeras que entregan cheques y pensiones y dinero en efectivo. Y la población, acostumbrada al Estado ausente, no entiende ni protesta ante su destrucción.

Como los elefantes en riesgo por la falta de agua en partes de África, el Estado mexicano es una especie amenazada. Así lo detalla el número más reciente de la revista “Nexos”, dedicado a la carnicería cuatroteísta. Con el argumento del combate a la corrupción y el puntapié a los privilegios, el gobierno lopezobradorista ha ido desmantelando al Estado mexicano. Decreto tras decreto, recorte tras recorte, reforma tras reforma, AMLO le ha limado los colmillos de marfil, le ha quitado los alimentos, y está a punto de cortarle las patas al paquidermo. Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los artífices del credo neoliberal, no han encontrado un mejor pupilo en el hombre que “pone primero a los pobres”, pero los coloca a la intemperie. La transformación presume menor pobreza, pero no entiende ni atiende mayor precariedad.

Los verdaderos beneficiarios de la 4T son los que ahora están cómodamente sentados en la silla del poder, decidiendo de manera discrecional cuánto dinero despilfarrar, cuántos recursos desviar por razones políticas o electorales, cuánto dedicarle al Tren Maya porque es prioridad presidencial, por encima de la compra de medicamentos. Por encima del bienestar prometido pero sacrificado.

El impacto del elefante famélico, hasta los huesos, es doloroso. En el 2023 hay 30 millones de mexicanos más que no tienen acceso a los servicios de salud. La mortalidad infantil va en aumento por el retroceso en los esquemas de vacunación. La pobreza de aprendizajes crece y el abandono también. El número de consultas otorgadas por los servicios públicos de salud ha caído drásticamente desde 2019, dejando de otorgar tratamientos a enfermedades como el cáncer y el VIH. La organización Signos Vitales acaba de documentar al México social, y las carencias crecen, las brechas se amplían.

Ante ello sorprende el pasmo de la población. Su sometimiento al desmantelamiento. Quizás porque, para quienes sobreviven en la base de la pirámide, el Estado nunca ha sido una presencia permanente. Han logrado sobrellevar su ausencia desde hace décadas, trabajando en la informalidad, dedicándose al comercio ambulante, vendiendo tortas y tacos en la calle, yendo a un médico privado aunque gasten todo su ingreso para pagarle. Cuando hay una emergencia o una crisis, ya han aprendido que no se puede contar con el apoyo estatal. No hay seguros de desempleo, o redes robustas de seguridad social, o un IMSS que atienda de manera inmediata, o un policía que aparezca a la hora de un robo o un desfile de narcotraficantes por la calle principal. El elefante —aun en su versión reumática— era una promesa, un sueño, no una realidad.

Quizás por ello prefieren recibir el dinero que AMLO les envía, en lugar de exigir una mejor escuela, o un mejor transporte público, o una comunidad más segura. No se extraña lo que no se ha tenido, y para los más vulnerables, el elefante era una entelequia. Pocas veces proveyó el apoyo y la seguridad para avanzar, para moverse, para defenderse.

Hoy los servicios públicos son peores o inexistentes. Hoy la protección al pueblo se da a través de las palabras del Presidente, pero no donde cuenta: en las calles, en los hospitales, en lugares por los cuales el elefante reumático estuvo alguna vez. Hoy AMLO ordena la distribución del dinero, y como cualquier emperador de antaño, con el pie posado sobre su presa, presume que ya asesinó al elefante. Y su séquito le aplaude aunque al final de la expedición, quien le carga las maletas se morirá de dengue o de sed.— Ciudad de México.

Periodista

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